Aquí cabemos todos... y todos somos imprescindibles.

Un pequeño grupo de jóvenes que comparte unos minutos a la semana. Una pocas horas al mes... pero es un momento de vida. Queremos que esa vida compartida, sea germen de algo más grande que, por fortuna, depende sólo y exclusivamente de nosotros. Cada día nuestra vida va por caminos diferentes. Unos nos veremos, otros no. Ahora tenemos este punto de encuentro común. Todos nuestros caminos pueden converger en esta especie de plaza pública en el que nos encontramos cuando queremos, en el que podemos -y debemos- dejar nuestras opiniones, nuestras ideas, nuestros sentimientos... Entre todos debemos de construir este pequeño espacio común, como una acogedora sala de reuniones, como una casa de todos...
Entrad, entrad... no os quedéis fuera...
¡¡Sed bienvenidos!!

lunes, 1 de noviembre de 2010

Comentario sobre el Evangelio del 31 de octubre

Lucas 19, 1-10


Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: "Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa." Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: "Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador." Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: "Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo." Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido."

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Como os comentaba el año pasado cuando os regalé ese librito con el Evangelio de cada día (que nadie leyó....Enfadado) la lectura diaria de la Buena Nueva, no lleva más de un par de minutos y siempre podremos sacar alguna pequeña reflexión que nos aporte algo a nuestro día a día, que nos ayude en ese objetivo que marcabais vosotros de ser mejores personas y mejores cristianos; pues bien, ya os decía que tenéis edad para empezar a comer carne con hueso, la era de los dibujitos y de las actividades chorras ya pasó, y es el momento de empezar vuestra madurez e intentar cada día avanzar en vuestra formación. En este avance es imprescindible que os vayáis iniciando en la vida de oración, y tampoco hay que hacer nada del otro mundo. Un recuerdo al acostaros, un gesto, una pequeña oración, y la lectura del Evangelio, de verdad, os ayudará...Ángel.
Para ayudaros en estos comienzos, os voy a ir enviando el Evangelio del Domingo, que es el día más importante para nosotros, con una pequeña reflexión que -espero- seáis capaces de leer y de interiorizar, así después de escucharlo cada domingo en misa (si vais...) y escuchar la reflexión que Jorge haga en la homilía, podréis repasarlo unos minutos y sacarle un poco más de jugo y responder a una pregunta: ¿qué me dice a mí el Evangelio de hoy...? ¿qué lectura, que conclusión puedo aplicar a mi vida cotidiana...?

El Evangelio de hoy nos presenta a Zaqueo, un personaje impresionante. Y no precisamente por su estatura, pues era un hombre muy bajito. Pero era jefe de publicanos y un famoso recaudador de impuestos. Ya sabemos quiénes y qué reputación tenían los publicanos en los tiempos de Jesús. Eran colaboracionistas del régimen opresor. Y, por tanto, eran considerados como traidores y enemigos de Israel, pues se encargaban de sacar el dinero a la gente para entregarlo al invasor: al César y a los odiosos romanos. Pero, además, éste es -como solemos decir- “un pez gordo”. Casi casi como un “padrino” de publicanos. Era obvio, pues, que el pueblo judío lo despreciara.
Sin embargo, tiene la curiosidad de un niño y no duda en encaramarse en una higuera del camino por donde iba a pasar Jesús. A pesar de su aparente o supuesta maldad, todavía le queda algo de esa sana ingenuidad y sencillez que se necesita para creer. Sabe prescindir de su categoría y de su condición social, y no teme hacer el ridículo con tal de ver a Jesús. En el fondo, parece no es tan malo, pues está dispuesto a ver y a hablar a Jesús, si le es posible, sin importarle la opinión de los demás.

Jesús, que con su fina observación ya se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo a su alrededor, quiso recompensar con largueza aquel gesto de interés de ese hombrecillo. Jesús se detiene a saludarlo por el camino. Pero no sólo. Él mismo se autoinvita a comer a su casa: “Baja pronto, Zaqueo -le dice el Señor- porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Tener amistad con un personaje tan poco prestigioso no le acarrarearía buena fama. Pero Jesús nunca se preocupó de los comentarios de la gente.

Es curioso el lenguaje que usa nuestro Señor: “Hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Como si se tratara de una obligación. En todo caso, era un deber de su amor redentor. Aquel día Jesús entraría a la casa de Zaqueo porque había sonado para él la hora de la salvación. “Te compadeces de todos porque todo lo puedes -nos dice el libro de la Sabiduría-; cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho. A todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (Sab 11, 24-27). Estas palabras están tomadas de la primera lectura de este domingo. Pero, además, es uno de los textos que usa la Iglesia el miércoles de Ceniza para invitar a todos los cristianos a la conversión y al acercamiento a Dios a través de los sacramentos.

Zaqueo -nos refiere el evangelista- bajó enseguida del árbol y lo recibió muy contento en su casa. Tenía fama de pecador público, pero, en el fondo de su corazón, era mucho mejor que tantos fariseos, que se sentían “perfectos”. Al menos, este Zaqueo, como tantos otros publicanos y pecadores, tenía la sencillez de corazón suficiente para acoger a Jesús sin prevenciones y espíritu crítico -como lo hacían muchos de los fariseos y saduceos- y tenía las disposiciones interiores necesarias para recibir la salvación que Jesús le traía.

Por eso, Jesús pronunció aquellas palabras tan fuertes contra los dirigentes religiosos de Israel: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, guías ciegos, que no entráis vosotros en el Reino de los cielos, y que impedís entrar a los que querrían hacerlo!” (Mt 23,13). Y en otra ocasión pronunció esta dura sentencia: “Yo os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino de los cielos” porque, a pesar de sus muchos pecados, ellos sí supieron acoger con humildad el mensaje y la salvación de Jesús, cosa que aquéllos no hicieron.

Y, lo más hermoso de todo, es ver la actitud tan sincera de Zaqueo, que le promete a nuestro Señor un cambio radical de vida y de comportamiento. Puesto en pie, como para dar mayor solemnidad a su promesa, le dice a Jesús: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”. De verdad que ha sonado la hora de la salvación para este hombre, como nuestro Señor le confirma: “Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también éste es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

Moraleja: Seamos como seamos, tengamos el pasado que tengamos, hayamos hecho lo que hayamos hecho, el encuentro con Jesús, desde la humildad, desde la sinceridad, puede cambiar por completo nuestras vidas. Jesús siempre se acercará a nosotros si de verdad lo buscamos, siempre vendrá "a cenar" a nuestra casa sin preguntar ni juzgar, respetando nuestra libertad... pero ese encuentro tiene un efecto transformador que como os digo siempre, nos ayudará a ser más felices. Y más libres.
¿Hay alguien que no quiera sentirse libre y feliz...?
Pues eso.
Hala, a roer el hueso... y que os aproveche...!!

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